Birmania o República de la Unión de Myanmar se encuentra inmersa en una represión violenta luego del golpe de Estado de febrero del 2021. Cerca de un millar de muertos, miles de heridos y detenidos, atestiguan la lucha frontal que ha dado el pueblo contra los militares. Como en otros lares, las fuerzas armadas y policiales muestran su saña contra los ciudadanos indefensos tratándolos como enemigos y delincuentes, cuando en la realidad son ellos los criminales que actúan amparados en una legalidad hecha a su medida.
Por decenas de años Myanmar se ha encontrado dirigida por militares. Para perpetuarse en el poder han recurrido a represiones brutales contra sus opositores, fraudes electorales y golpes de Estado, cuando lo han visto necesario. Pero no todo les ha resultado fácil, han tenido que lidiar con guerrillas étnicas que luchan por sus derechos y que ven al ejército como su enemigo. La confrontación es tal que los militares han usado escuadrones que violaban sistemáticamente a niñas y mujeres de las etnias rohinyá y shan, con el fin de aterrorizarlos y forzarlos a que abandonen sus hogares.
Pero los militares no sólo se dedicaron a reprimir, sino que también se aseguraron una constitución a la medida, de modo que tenían una cuarta parte de los escaños reservados a militares y el control de los ministerios de Defensa, asuntos Internos y asuntos Fronterizos. Los opositores han debido conformarse con la presencia del poder militar en la vida diaria. Pero eso no bastó, como lo hemos visto con el nuevo golpe de Estado.
Lo que ocurre hoy no es nada nuevo bajo el sol. Detrás de los políticos y de los militares hay fuerzas que los respaldan y que permiten el círculo vicioso. Hacen una elección, ganan los políticos y son derrocados por los militares, ambos hacen mea culpa, y continúa el ciclo. Como suele ocurrir casi siempre, los perjudicados son la mayoría del pueblo. Allí es donde se desencadena la represión, a modo de lección para que los hechos no se repitan.
Tras bambalinas hay países que están inmiscuidos en este problema. Por una parte, China es un aliado de los militares, que basan su alianza en el pragmatismo de sus relaciones con otros pueblos y en el hecho de que sus fronteras no sean perturbadas. Mientras que, por el otro lado, Estados Unidos da un apoyo simbólico a la población que no alcanza para detener la represión cabalgante, pero sí para proseguir el ciclo normal de reiteración de los eventos como ha sido lo usual.
Lo más valorable de este espectáculo es la lucha del pueblo contra una fuerza que maneja el Estado y tiene prácticamente un poder omnímodo en el país. Una lucha de pequeños gigantes que se levantan cada cierto tiempo y son capaces de hacer tambalear a las fuerzas armadas, que buscan ser perdonadas y entregan el poder, para tomarlo una vez más cuando el pueblo ha bajado la guardia. Hoy nos parece sorprendente la visión de estos hechos, lo lamentable es que viene sucediendo por décadas y no se ha hecho nada, salvo discursos de apoyo rimbombantes y sanciones que afectan superfluamente al régimen.
Como se deben haber dado cuenta los birmanos, no están solos. La pandemia ha mostrado abiertamente el padecimiento político que tienen y que tiene cura. Todo pasa por romper el círculo vicioso de la política birmana, y al igual que en otras regiones del mundo, esto depende de su propia población. Movilizándose y luchando por lo que se merecen, un futuro mejor.