La JUNAEB presentó los resultados de su Mapa Nutricional, a un año de la pandemia. El informe es alarmante. Niños de 5to básico alcanzaron un 64% de sobrepeso. Como es esperable, las comunas más vulnerables del Gran Santiago, casi duplican en estos índices a las comunas de la cota mil. Esto no debería sorprendernos… tanto. Pues sólo confirma una tendencia de hace años. Pero que, en el mismo estudio, también concluyera que “empiezan a aparecer pequeños focos de desnutrición”. ¡Eso sí debería provocarnos!
“Es marginal [¡aún!], de 0,3 puntos. Todavía la magnitud es menor, pero están apareciendo focos de desnutrición en grupos vulnerables y nosotros teníamos erradicado ese problema”, dice Francisco Pérez Bravo, doctor en Ciencias Biológicas del Instituto de Nutrición y Tecnología de Alimentos (INTA) de la Universidad de Chile. La ONU, su organización para la Alimentación y Agricultura (FAO), asigna un nombre a esto: Inseguridad alimentaria. Y la define como la ‘incapacidad de solventar correctamente las necesidades alimentarias de la población’.
La misma FAO, en un informe de julio del 2020, respecto de Chile agregaba “un 15,6% del país (2,9 millones de personas) tiene algún tipo de inseguridad alimentaria (moderada o severa) y que, actualmente, un 3,8% de la población (700 mil personas) padecen inseguridad alimentaria severa”. Todo lo anterior sin considerar el efecto de la pandemia.
Y lo previsible es que la situación se haya agravado.
Despidos masivos, ingresos familiares disminuidos, aumento en el costo de los alimentos, entre otras razones hacen presagiar que ese foco de desnutrición ha aumentado.
El 10% ayudaría, qué duda cabe. Pero no estará ni cerca de ser la solución. Y el futuro señalado por Piñera & Cía no es auspicioso. El último ofertón de doscientas lucas para quienes han agotado sus fondos previsionales es una afrenta para miles de familias.
Hay hechos indubitables. El hambre amenaza. Y el régimen no dará soluciones.