El año 2014, tras la caída del gobierno ucraniano y la llegada al poder de los proccidentales, de la mano del Euromaidán, comienza en el este del país manifestaciones y un levantamiento popular que culminó en una guerra y el triunfo aparente, del movimiento separatista. Pero cada cierto tiempo, Ucrania rompe el status quo, buscando recuperar lo perdido. Despliega tropas y amenaza con invadir el territorio, amparándose en el apoyo que pueda encontrar en Estados Unidos y la OTAN.
Nuevamente se agita la amenaza de una guerra en Europa Oriental. Estados Unidos acusa a Rusia de amenazar con una invasión en Ucrania. El incremento de las tropas rusas en su frontera occidental sería la prueba de un inminente ataque. La propia Ucrania ha agrupado fuerzas en sus límites. Y la OTAN ya está embarcada en un masivo ejercicio con más de 30 mil efectivos en diversos países europeos aledaños a Rusia. En Moscú, los medios oficialistas celebran la propuesta de una próxima cumbre entre el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, y el gobernante ruso Vladímir Putin, como triunfo de su “diplomacia de la fuerza”. “Al borde del abismo, Biden pestañó”, exclamó un periodista ruso.
Esta guerra virtual puede hacer olvidar que en esa zona ya hay una guerra, y muy real.
Hoy día, el frente de batalla, se maneja como una guerra de posiciones. Cara a cara están los miembros de los que fueran los batallones de la milicia y aquellos voluntarios de la extrema derecha ucraniana. A diario, vuelven a la retaguardia muertos y heridos, en una serie de combates que no han cesado desde 2014.
Por un lado, Ucrania acusa que tras los separatistas está el ejército ruso. La población de este territorio es mayoritariamente rusoparlante, y durante los periodos más duros de la disputa armada, miles de voluntarios rusos combatieron en tierras del Dombás. Pese a esto, Rusia ha tratado formalmente de mantener una cierta neutralidad en el conflicto, más aún cuando el choque armado se encuentra en sus propias fronteras y en zonas que fueron parte de la ex Unión Soviética.
Por otro lado, los separatistas ven incrédulos como se utiliza el conflicto para mantener a la clase dirigente en el poder y observan como se exacerba el “nacionalismo” ucraniano en periodos de convulsión interna. De la misma forma, cada cierto tiempo, se agita el espectro militarista ruso, que pone en funcionamiento la maquinaria propagandística estadounidense y de sus aliados, que buscan ganar terreno en una zona en disputa entre la OTAN y Rusia.
La guerra, como tal, se ha transformado en una forma de negociación, entonces. El gobierno ucraniano fortalece castrensemente las fronteras en disputa para que sus aliados le proporcionen ayuda económica y militar. Las muertes son parte de la disputa y se saldan con el dinero que se les entregará a través de asistencia humanitaria y financiera.
Para el pueblo de Lugansk y Donetsk, el levantamiento popular que llevó a la separación de su territorio, fue un paso ejemplificador en el ámbito europeo, porque las masas se unieron, resistieron el embate enemigo con las armas y vencieron en el campo de batalla. Lo ganado por el pueblo ahora quiere ser tomado por el gobierno de Ucrania a través de la amenaza militar y la política cupular; pero en la realidad no resultará, hagan lo que hagan, porque a un pueblo que ha tomado en las manos el poder y ha regado su tierra con la sangre de sus mártires, sólo aniquilándolo puede ser vencido.