Se va a cumplir un año del estallido en Chile. Su extensión no tiene precedentes en nuestra historia. Las causas que lo desencadenaron continúan vigentes. La grieta abierta el viernes 18 octubre cambió todo. En cosa de días se anuló toda la capacidad de acción del gobierno y de la oposición. Las demandas del pueblo […]
Se va a cumplir un año del estallido en Chile. Su extensión no tiene precedentes en nuestra historia. Las causas que lo desencadenaron continúan vigentes. La grieta abierta el viernes 18 octubre cambió todo. En cosa de días se anuló toda la capacidad de acción del gobierno y de la oposición. Las demandas del pueblo son simples y concretas, pero, aun así, sobrepasaron los límites del régimen. Y esa característica marca éste período revolucionario.
Una conocida sentencia dice que el arte de la guerra consiste en el engaño. Para los tiempos que corren, aplica. El gobierno de Piñera es débil, muy débil. Mucho antes de octubre ya mostraba incapacidad de gobernar. Cada montaje presentado como verdad, era desmentido a las semanas. Sus propias encuestas hablaban de una desaprobación abismal, y una “desconfianza” por las nubes. Frente a eso, y para encubrir esa debilidad política, se disfraza de “gobierno fuerte” recurriendo a la represión. Y esa situación se mantiene aún.
Antofagasta, desde el ‘minuto cero’ estuvo movilizada. Y desde el ‘minuto uno’ fue reprimida. Ancianos, adultos y jóvenes, mujeres y hombres, un pueblo completo hacían frente a carabineros, respondiendo y rechazando la violencia de los pacos. En cada acción ganó conciencia de su fuerza, de la lucha justa. Cada victoria en la calle develó el temor y la debilidad de todo el régimen, y la inmoralidad de la institución presentada como “intachable”. Cada enfrentamiento evidenciaba el retroceso de la capacidad represiva del régimen frente a la, cada vez más, fortalecida capacidad de acción de los sectores más avanzados del pueblo. Y es esa fuerza la que le provoca pavor al gobierno. Y contra ella es que pone en movimiento toda la capacidad punitiva del Estado.
Las acusaciones judiciales pretenden desvincular los hechos de su contexto, la lucha de un pueblo por conquistar sus demandas. Delitos como saqueo, porte y lanzamiento de molotov, incendios e, incluso, homicidio frustrado, son presentados en una suerte de realidad virtual donde no hubo levantamiento, millones en las calles, y un régimen que decía estar en guerra. Han invocado la Ley de Seguridad del Estado. En la práctica, se trata de nuevos presos políticos. Jóvenes y adultos capturados por ser parte de la lucha de su pueblo.
Se contabilizan 20 compañeros encarcelados, con prisión preventiva, en el Centro de Cumplimiento Penitenciario Concesionado de Antofagasta (Nudo Uribe), y otros 3 menores de edad en el SENAME. Dos más, con arresto domiciliario total, mientras dure la investigación. Y hay un compañero que ya ha sido condenado, en juicio abreviado, a 3 años y 1 día, por lanzamiento de molotov.
En la mayoría de los casos las acusaciones apenas se sostienen. Sin pruebas, o con pruebas fabricadas por quienes actuaron como ejecutores de la represión. Así las cosas, los plazos para investigar conferidos al ministerio público se han ampliado. Postergando la definición de su situación en los respectivos juicios orales. Los acusadores han propiciado el amedrentamiento, la violencia física de parte de otros reos. Acusando la pandemia, los han mantenido hasta por 4 meses sin visitas. Han querido debilitar su moral. Se han esmerado en mostrar la faz castigadora del régimen. Y ha sido aquí donde organizaciones como Pampa Libre y Agrupación por la memoria histórica Providencia Antofagasta, han sido de vital importancia. Su actuar ha permitido juntarlos en dos módulos, y han ido generando el reconocimiento de su condición de presos políticos, entre otras cosas. No es suficiente, lo sabemos. Se debe hacer más. Porque la liberación de todos es un objetivo del período.
La pandemia aceleró el desarrollo de la crisis. El gobierno se centró en rescatar a los grandes capitalistas. De facto, abandonó al pueblo. Y éste tuvo que recurrir a sí mismo. Así se han levantado y desarrollan numerosas organizaciones tales como ollas comunes, cooperativas de compra de alimentos, asambleas populares, redes de apoyo a los presos políticos, entre otras. En la práctica se ha conseguido una independencia de clase, inédita y vital.
El temor del régimen se ha hecho realidad. Paso a paso el gobierno ha quedado aislado, debilitado y sin plan. Se lo pasa improvisando. En cambio, del otro lado se levanta un pueblo que no ha parado de luchar. Que ya no improvisa, y que con voluntad y método día a día, se hace más fuerte. Las organizaciones que han brotado de su seno cobrarán un valor clave. Porque se trata, entre otras cosas, de la experiencia práctica de gobernar. Y, dentro de las tareas que cabe al pueblo, estará esa de liberar a sus hijos. Los que han sido encarcelados por el régimen que nos oprimía. Así estaremos cumpliendo con parte de la tarea histórica del pueblo, que es la de cambiarlo todo.