Seamos honestos, el SARS Cov2 ganó el primer round por puntos. En general, la gran mayoría de los gobiernos del mundo no supieron, o no pudieron enfrentar con una estrategia epidemiológica oportuna a esta diminuta partícula de código genético (ADN o ARN) encapsulada en una vesícula de proteínas. ¿El resultado? Cientos de miles de muertos. […]
Seamos honestos, el SARS Cov2 ganó el primer round por puntos. En general, la gran mayoría de los gobiernos del mundo no supieron, o no pudieron enfrentar con una estrategia epidemiológica oportuna a esta diminuta partícula de código genético (ADN o ARN) encapsulada en una vesícula de proteínas. ¿El resultado? Cientos de miles de muertos.
¿Suprimir o controlar? Los hechos son indesmentibles. Los gobiernos que han cantado victoria optaron por la estrategia de suprimir los contagios. En esa lista se cuentan China, Corea, Vietnam, Australia y Nueva Zelanda. Sí, Nueva Zelanda. El país cuyo gobierno es dirigido por una líder del partido laborista, cuyo nombre suena a jardines y jacintos: Jacinda Ardern. “Eliminar la curva y no aplanarla”, fue la exitosa estrategia neozelandesa que incluyó cuatro niveles de respuesta. Cierre total y temprano de fronteras. Controles rigurosos. Cancelación total de actividades no esenciales: cierre de escuelas, comercios (exceptuando los de víveres y farmacias), industrias y servicios.
En el mundo patas arriba, Bolsonaro y Trump lideran la estrategia de los gobiernos negacionistas, que eligieron subestimar al virus. Por suerte para sus habitantes, su estructura política federada disminuyó lo que podría haber sido una tragedia inconmensurable. Así, mientras Bolsonaro y Trump no daban pie con bola frente a la peste. En los estados federados las autoridades locales, tomaban decisiones que buscaban proteger a sus conciudadanos.
Distinto es el caso de Chile. No se ha declarado negacionista. Sin embargo, su comportamiento es equivalente. Optó por aplicar la fallida estrategia británica de la “inmunidad de rebaño”. ¿Lo distintivo? Mientras Inglaterra abandonaba la misma por fracasada, Chile en la práctica la ha sostenido. Ellos buscan que una mayor parte de la población se contagie.
En este sentido, Chile está en la categoría de los países que ni supieron, ni pudieron, ni quisieron suprimir la diseminación de la enfermedad. Piñera se une a la compañía de Bolsonaro y Trump, como uno de los gobernantes que más hizo para dañar la población de su país frente a la peste.
Desde un comienzo han primado los intereses de clase, los que han sido protegidos oportunamente. Leyes, subsidios, acuerdos nacionales, en suma, permiso para seguir explotando sin que mermen las ganancias. Entretanto, el pueblo muere en los hospitales, víctima de un gobierno inoperante y criminal.
Los hechos los acusan. No cerraron las fronteras, sino hasta muy tarde. No se aisló oportuna y rigurosamente a quienes llegaban del extranjero. No se realizaron test masivos y gratuitos a la población. Se ordenaron cuarentenas tardías que deterioraron significativamente la vida de millones de trabajadores y sus familias, los que fueron dejados en el abandono. Mientras hacen la vista gorda con las grandes empresas, reprimen a los pobladores. La estrategia de entregar cajas de alimentos, se ha ejecutado como todo lo demás, de forma caótica, sin responsabilidad, y usándolo para burdos fines de propaganda.
La crisis económica arrecia. La cesantía formal, según cifras oficiales, llegó a los dos puntos porcentuales. El sistema público de salud está en bancarrota. Es hora ya que el pueblo se haga cargo.