Si no nos mata el virus, nos matará el hambre. Así lo piensan y murmuran pobladores y pobladoras de los sectores populares de todas las ciudades del país. Esta realidad ha conmovido la conciencia de clase de muchos vecinos y vecinas, y también la de los trabajadores y sindicatos. Los que han ido en socorro […]
Si no nos mata el virus, nos matará el hambre. Así lo piensan y murmuran pobladores y pobladoras de los sectores populares de todas las ciudades del país. Esta realidad ha conmovido la conciencia de clase de muchos vecinos y vecinas, y también la de los trabajadores y sindicatos. Los que han ido en socorro y apoyo al sustento alimenticio de miles de familias abandonadas por el gobierno y la burguesía. Ante la crisis económica y de salud, la solidaridad ha surgido espontánea.
Tal como ocurrió con el salitre cuando dejó de ser demandado por la industria mundial. La cesantía se multiplicó y la falta de comida afectó al norte del país. O como en los tiempos de la dictadura de Pinochet y la crisis económica de la década de los 80. El hambre arreció en las poblaciones y barrios populares. La respuesta del pueblo ha sido la misma. Han surgido las ollas comunes con las que el pueblo organizado provee para quienes más lo necesitan. El pueblo cuida de los suyos. Nadie debe enfermar por falta de alimentos.
En Antofagasta, durante la semana que termina, se levantaron y han funcionado a lo menos seis ollas comunes. En las poblaciones Miramar Norte, Vista Hermosa, Juan Pablo II, Bonilla, Caliche y Plaza Matta. Gracias al esfuerzo y organización de los mismos pobladores y pobladoras quienes, al grito de “sólo el pueblo ayuda al pueblo”, o de “solidarios en acción”, han permitido que quienes lo necesitan tengan un plato de comida en sus mesas.