Para el régimen, el año no termina el 31 de diciembre, como para el común de los mortales. El mes clave es marzo; es como su navidad. Los regalos que obsequian son las riquezas nacionales.
El presidente electo recibió muchas llamadas de dignatarios extranjeros, luego de su triunfo. Hubo una, especialmente cálida, del presidente de los Estados Unidos, que vino con invitación a Washington, fecha por definir. En el enrevesado lenguaje diplomático, eso es una señal de una muy buena predisposición. Un regalito, pues. Joseph Biden, incluso, expresó sus condolencias por el asesinato de la pequeña Valentina en manos del Departamento de Policía de Los Angeles, California. Qué delicadeza.
Otro llamado, sin embargo, con una autoridad de menor rango, fue quizás menos cálido, no sabemos, pero algo más urgente, como se descubriría después. Josep Borrell, ex jefe del PSOE español y que ahora cumple el papel de encargado de las relaciones internacionales de la Unión Europea, informó que había hablado con Gabriel Boric para “subrayar el compromiso de la UE en seguir fortaleciendo las relaciones con Chile, en cohesión social, derechos humanos, promoción del multilateralismo y acción climática.” Qué significa todo eso, sería largo enumerar ahora. La respuesta de Boric fue singular: dijo había tenido una buena conversación con quien llamó amistosamente Josep, “de mucha complicidad”, agregó. Es obvio que no lo dice en el sentido de concertarse con otros para cometer un delito, sin participar de su ejecución material, sino en una acepción más lírica, como los fans de Ricardo Arjona.
Pero lo que sucedió después, se parece más a lo primero que a lo segundo. A los pocos días apareció otro burócrata de la UE, el letón Valdis Dombrovskis, comisionado de comercio del bloque europeo, para echar la caballería encima. En el Financial Times, mandó a apurar la suscripción del tratado “modernizado” de libre comercio entre la Unión Europea y Chile. El mensaje iba al presidente cómplice Boric, pero también a la interna. Este 1 de enero, Francia asumió la presidencia del consejo de la UE. Y, justamente, el presidente Emmanuel Macron, había estado frenando el cierre de dos tratados comerciales, el con Chile y otro, con Nueva Zelanda. El motivo, como suele ser, era egoísta. En abril son las elecciones presidenciales y Macron necesita el voto de los pequeños propietarios rurales, que temen la competencia de productos agrícolas importados, principalmente, la leche neozelandesa y los súperpollos chilenos. Como se ve, nada nuevo en Francia desde Napoleón III.
La urgencia de la UE tiene un motivo muy preciso: “estratégicamente, nos da mayor acceso al litio, lo que fortalecerá nuestra capacidad de producir baterías”, según Dombrovskis.
En efecto, el tratado entre la UE y Chile prescribe garantías para las compañías mineras situadas en Europa, al prohibir que el Estado chileno realice tratos especiales con otros países o empresas.
Los europeos quieren dejar el asunto cerrado apenas asuma Boric y antes de que se apruebe una nueva constitución que, temen, podría restringir el saqueo de los recursos naturales.
Y hay complicidad en el futuro gobierno. Según anotó el Financial Times, Boric “ha desconcertado a los inversores con su oposición a algunos proyectos mineros. Sin embargo, en una reunión de octubre con diplomáticos en Santiago dijo que el acuerdo con la UE era muy importante y que respetaría los resultados de las negociaciones si era elegido”.
Los europeos no son los únicos apurados. En diciembre, Piñera aceleró la licitación de cuotas de explotación, por más 800 mil toneladas de carbonato de litio. Las ofertas ya están y no son sorpresivas. La minera estadounidense Abermale ofrece 60 mil millones de dólares, y el consorcio chino BYD, una suma similar, pero por una sola cuota de 400 mil toneladas. O sea, más del doble.
Todo pasando, entonces, en la recta final. A ver quién da el golpe primero. Lo único claro es que, entre complicidades y apuros, a ninguno le interesa defender el interés de Chile.