La aprobación del proyecto “Dominga”, realizado por la Comisión de Evaluación Ambiental de la región de Coquimbo, es un episodio más de una estela de dinero, corrupción y engaños, entre la derecha, la Concertación, grandes transnacionales, poderosos capitales internos y “un tapado” que hoy está jugando sus fichas. Spoiler: nadie está ni ahí con los pingüinos.
Se trata de una persona ya mayor, con poder y patrimonio, pero que no tiene problema que se le conozca en público como “Choclo”, un apodo infantil que se fue perpetuando gracias a la insistencia de uno de sus mejores amigos, Sebastián Piñera.
Eso lo tiene en común con los otros delincuentes, monreros, lanzas, traficantes, etc.: el apodo no es sólo un nombre, es parte del “cartel”, la “reputación” formada en la calle y en la cárcel.
Carlos Alberto Délano, alias “Choclo”, entonces, tiene eso. Robó casi 3 mil millones de pesos. Pero a diferencia de las otras categorías de delincuentes, cuando lo pillaron, fue condenado a pagar 800 millones; es decir, salió ganando, dentro de todo. Y además los jueces lo obligaron a asistir a clases de “ética empresarial”.
Eso último muchos lo vieron como una ofensa, porque otra gente que roba no recibe ese privilegio y, más en general, la condena parece una burla. Es como si los jueces ni siquiera quisieran ocultar que están al servicio de estos delincuentes y que, en vez de justicia, administran impunidad.
Pero hoy es la moda: no seamos tan intolerantes, no nos atribuyamos una superioridad moral, reconozcamos al otro.
Está bien. Pongámonos en los zapatos del “Choclo”: ¿cómo lo debe haber tomado eso de ser alumno, en la Universidad Adolfo Ibáñez, en su elegante sede de Avenida Presidente Errázuriz, con 15 profesores sólo para él y su socio, Carlos Eugenio Lavín? Mal, pues. ¡Qué van a saber esos tipos con sus MBA y PhD, de ética empresarial!
En eso, el “Choclo” es catedrático: robar, explotar, destruir, saquear, oprimir, engañar, dominar. Esa es la ética empresarial, la de verdad, y no la otra, que sostiene que no hay que dejarse pillar.
Aunque el “Choclo” hoy esté medio desprestigiado, es una de las principales figuras del régimen político chileno. A través de Penta, manejaba a la UDI, a través de su alianza a muerte con Piñera, dirigía al otro sector de la derecha.
Este delincuente participa en la fijación de las líneas grandes y pequeñas. Es el que entrega el “raspado de la olla”. Los otros, los políticos, como el senador Moreira, son los que lo piden, y arrastrándose.
Dominga
Hace ya más de una década que el “Choclo” y unos socios querían entrar en la minería. Habían adquirido una mina de hierro en Higueras, en la cuarta región, y estaban dispuestos a invertir. ¿En qué? El mineral mismo se lo llevan gratis; la extracción, contrario a lo que se pudiera creer, no es tan cara. Lo que cuesta, es el proceso; es decir, los elementos tóxicos usados para separar el mineral, los relaves, trenes, camiones, ductos para moverlo de un lugar a otro y, especialmente, el transporte en sí mismo.
Y Chile, siendo una larga y angosta faja de tierra, brinda una ventaja competitiva. De modo que el proyecto del “Choclo” era hacer todo de una vez: la mina, los relaves, las cintas transportadoras, la planta, unos ductos subterráneos, caminos para los camiones, una desalinizadora ¡y un puerto!
Único problema: el lugar donde va ese puerto es un hábitat de pingüinos, además hay otras especies que no se encuentran en otros lados y es una reserva natural. Estaba claro, iban a joder los ecologistas, los pescadores artesanales y un montón de gente.
Y, más encima, había otro problema: ¡los franceses! La transnacional GDF Suez quería poner una termoeléctrica en el mismo sector. Ahí mismo. Y ya estaba andando la campaña de los ambientalistas en contra de ese plan y con bastante fuerza. Ya estaban haciendo marchas y todo. Un lío.
¿Qué hacer?
Espinudo. Pero en cada crisis hay una oportunidad. El Choclo habló con sus socios.
El más importante era un hombre llamado Sebastián Piñera que, en ese momento, 2010, era presidente de Chile. Recién elegido. Su parte en Andes Iron, que así se llama la compañía que habían formado, la había traspasado a un “fideicomiso ciego”, por lo de las apariencias. Pero nadie que cierre los ojos por un rato podría ser considerado un ciego. Más bien, todo ese arreglo era como un guiño.
Piñera, en medio de las protestas en la Alameda en contra del proyecto que perjudicaba la inversión que él quería hacer, llamó a los franchutes por teléfono y les dijo que se buscaran otro lado donde poner su central. Total, él manejaba a las autoridades que debían dar la autorización y él -o un consejo de ministros- debía dar, o negar, el visto bueno final. Me comprenez-vous? O, mejor, como decía Alexis, “¿me entendí?
Los franceses entendieron, por supuesto. Pero juraron que iban a cobrar revancha. Esa tardaría en llegar.
Primero, al “Choclo” y a sus socios, se les fue le complicando el negocio. La crisis mundial, pues. El precio del hierro subía y bajaba, los créditos y los bonos se complicaban, los costos iban al alza. En fin.
Y, en el otro frente, la cosa iba decididamente mal. A Piñera no quería verlo nadie en Chile. De hecho, lo de las protestas ambientalistas había sido un bálsamo con lo que vino después: Magallanes, Freirina, Aysén, los secundarios, los universitarios, el paro nacional de 2011. Cuento corto, a Piñera casi, casi, lo echan a patadas. Y, en cualquier caso, cuando fueron las elecciones, más o menos así despidieron a la derecha.
La venganza de Suez
Los franceses de Suez que, ya sabemos, estaban bien choreados con Piñera, estaban encantados de que Madame Michelle Bachelet hubiese vuelto a La Moneda. Con ella, en su primer mandato, habían cerrado el negocio con Codelco para la terminal GNL de Mejillones. Y, además, habían contado con acceso privilegiado para los trámites de la central de Barrancones -la misma que Piñera, cuando él asumió, mandó a frenar, como ya vimos. Suez tenía contratada como “consultora” a Carolina Echeverría -una operadora del PPD, mandada por Sergio Bitar- que fue subsecretaria en el primer gobierno de Bachelet, y que volvió al gobierno en el segundo mandato de la señora.
Los franceses tomaron su revancha. El gobierno de Bachelet decidió reorganizar todo el sector eléctrico y emitió nuevas licitaciones. Se trataba, especialmente, de vincular el Sistema Interconectado Central (SIC), que abastece a los grandes centros urbanos del país, con el Sistema Eléctrico del Norte Grande (Sing), que estaba alicaído por la falta de nuevas inversiones mineras. Endesa, de capitales españoles, hasta entonces el actor dominante, estaba mal: todavía seguía en las cuerdas, como resultado de la gran crisis del 2008-2010. No les daba el cuero.
Había espacio, entonces, para el ingreso de nuevos y bien conectados capitales: los franceses. Se habían asociado a Codelco para dominar el Sing y se ganaron todas las licitaciones de la famosa súper “carretera eléctrica”. Merci beaucoup madame la presidente.
¿Y qué pasaba con el “Choclo” mientras tanto?
“Choclo” en apuros
Bueno, lo pillaron. Todo comenzó porque cayó el eslabón más débil. De lo contrario, habría zafado.
Primero descubrieron una defraudación fiscal masiva realizada por unos contadores y funcionarios de Impuestos Internos: hackeaban los registros y se llevaban la devolución de impuestos para la casa. Nada muy sofisticado, pero era mucho dinero. La investigación avanzó y llegó a un pez más grande, Hugo Bravo, alto ejecutivo y hombre para los trabajos sucios de Penta, el grupo económico del “Choclo” y de Carlos Eugenio Lavín.
Bravo había estado tratando de tapar el caso del fraude, pero necesitaba más plata. Fue a hablar con sus jefes, pero el “Choclo” y Lavín ya habían tomado una decisión. El asunto se estaba complicando y el que tenía que pagar, iba a ser Bravo, no ellos.
Y lo echaron. Su reemplazante fue un tal Alfredo Moreno, quien más tarde sería, obviamente, ministro de Piñera.
Bravo se desesperó. Habló con el “Choclo”. Habló con Lavín. Les dijo que estaba en problemas, que sabía muchas cosas, que no podían dejarlo caer, así nomás. Pero los dos lo ignoraron.
Así que Bravo, entre la espada y la pared, fue a la fiscalía y cantó. Como Pavarotti. Les dijo todo. Como que Penta era la que, en realidad, manejaba a la UDI: les pasaba plata a los políticos favorecidos y les decía qué hacer. Y al que no se cuadrara, no le tocaba.
Pero, además de las platas negras, relató Bravo, el “Choclo” y Lavín, robaban. Al Estado. “¿Cómo?”, preguntaron los fiscales, extrañados. “Bueno, hacen una boleta”, respondió Bravo. “¿Una boleta por las coimas?” – “Sí, pues, para descontarlas como gasto y llevarse la diferencia de los impuestos. Así, sale gratis financiar a los políticos. De hecho, Penta termina ganando plata,” explicó Bravo.
“Ya, pero…”, los fiscales se imaginaban el lío en el que se meterían: miles y miles de boletas ¿cómo iban a probar que eran truchas? Bravo los miró y dijo: “pero si lo tengo todo aquí anotado, en mi libreta. ¿No ven que yo les pagaba?”
Bravo declaró y se murió de un ataque al corazón. Pero había quedado el testimonio y la libreta aquella.
La fiscalía se fue por el hilo más delgado: las secretarias, los asesores, el junior… a ver quién se unía al coro. Hay que decirlo, parece que muchos estaban esperando la oportunidad de cantar también.
Así que pronto cayeron el “Choclo” y Lavín. Los formalizaron, pasaron unas noches en la Capitán Yáber y provocaron un terremoto de proporciones. Porque estos no eran los únicos que coimeaban. Todos se asustaron.
Los grandes grupos económicos y los políticos buscaron la forma de parar la sangría. La descubrieron pronto. Hicieron, en enero 2017, un gran acuerdo por la paz y una nueva constitución… no, eso no, eso vino después. Sellaron un acuerdo que les asegurara impunidad y seguridad al régimen. Lo firmaron de la UDI al PC. Pusieron un fiscal nacional que se encargaría de parar el asunto, un jefe de Impuestos Internos que le encontraría la vuelta legal al problema; instruyeron a los jueces para que siguieran la línea… y todo saldría bien, eventualmente.
Pero igual hubo problemas. Las empresas tuvieron que confesar a Impuestos Internos la plata que habían evadido. Y una, en particular, Soquimich o SQM -justo se cambió el nombre- tuvo que hacer eso mismo, pero ante las autoridades de Estados Unidos. El conglomerado de Ponce Lerou estaba complicado por otros negocios truchos que debía proteger, el llamado caso Cascadas. Así que reveló que había hecho lo mismo que Penta, pero no con la UDI (o sea, también, pero eso no era lo interesante ahora), sino con la Concertación, en general, y con el grupo de Bachelet, en particular.
Les había pagado todo a los que, en definitiva, asumirían la dirección de la Nueva Mayoría, por encima de los golpeados partidos. El programa, las reformas, etc., todo, gracias a la gentileza de Ponce Lerou. A cambio, éste pudo dar un salto y convertirse en uno de los principales grupos económicos del país.
Interesante ¿no? Pero ¿y Dominga? ¿Y los pingüinos? Los pingüinos no cuentan aquí. Dominga, sí.
Un mensaje para quién pueda leerlo
El gobierno de Bachelet había sido, de facto, destituido por los partidos del régimen. Ya no estaba Peñailillo, entró Burgos y los demás. La presidenta misma estaba asediada por el caso Caval y neutralizada.
Y pese a que el acuerdo del régimen ya se había sellado, seguían los problemas: filtraciones a la prensa, formalizaciones espectaculares, más y más datos, más y más coimas que salían a la luz, pese a todo. Y una parte de esa campaña estaba siendo digitado por la derecha y la UDI. Se quejaban de que ellos fueran los más perjudicados con toda esta crisis. Querían que los otros, la Concertación, sufrieran también.
En medio de esa pugna, justo cuando era formalizado el senador DC Jorge Pizarro, por las coimas de SQM (las habían encubierto con “informes orales”), el gobierno de Bachelet lanzó una advertencia a quien pudiera interesarle. Tomó los antecedentes del proceso de evaluación ambiental un viernes en la tarde, y el lunes, el consejo de ministros rechazó la autorización para Dominga. ¿Quedó claro?
No era el fin de esa historia, porque la justicia pronto declaró ilegal esa resolución, pero fue un mensaje. Mafioso.
Ahora, cinco años después, viene otro mensaje. Las autoridades regionales revierten todo, y le dan la autorización a Dominga.
¿Qué significa?
Buena pregunta. Porque el “Choclo” será el dueño, pero no está para estas cosas. Cada año, el proyecto mismo es menos viable. Los costos han subido enormemente desde la década pasada. La única razón para mantener viva la futura inversión, para comprar alcaldes, pagar abogados gestores, y seguir ahí dando vueltas, es que hay un negocio mayor en perspectiva, en esa misma zona, en ese mismo rubro, a más largo plazo.
¿Quién será el tapado que sí tiene el capital, el poder y el descaro para imponer sus intereses por encima de la ley, y pronto, si todo sale bien, tiempo libre para dedicarse a explotar eso?
Les dejamos la inquietud.